Comentario
Los Andhra son un pueblo de origen indoeuropeo que en el período védico (1500-600 a. C.) logró atravesar las ciénagas del Ganges y se asentó en el sur (Andhra Pradesh o país de los hombres), mezclándose con la etnia drávida. Una vez asentados y puestos de acuerdo todos los clanes aristocráticos, surgió la confederación de los príncipes Andhra, que tenían perfectamente organizado su imperio en provincias y distritos. En el siglo III a. C. aceptaron la confesionalidad budista de la India Maurya y acataron pacíficamente el mandato de Ashoka, aunque los más radicales se replegaron hacia el límite meridional (Tamil Nadu) y siguieron profesando el hinduismo.
La decadencia del imperio Maurya favoreció su independencia, tras la cual empezaron a ampliar sus territorios, anexionando por el norte el reino de Magadha (28 a. C.), y llegaron a dominar todo el Dekkan a principios del siglo II d. C. Sin embargo, a finales del siglo III d. C. serán definitivamente derrocados por los Pallava, un pueblo hindú local de origen drávida.
Desde el punto de vista artístico, el estilo Andhra que produjo mejores obras se debe al mecenazgo de la dinastía Shatavahana, que fue la responsable de la conquista del reino de Magadha (la llanura del Ganges, entonces en manos de las dinastías Shunga y Kanva), cuya riqueza artística tuvo indudable influencia en su estilo.
El origen mitológico de la dinastía Shatavahana se remonta al período védico cuando alguno de sus príncipes aparece citado en los Puranas. Antes de la era cristiana la gran capital de los Shatavahana fue Pratishtana (actual Paithan, en Maharshtra), que alcanzó fama internacional gracias al comercio con Roma, que demandaba sus perlas, diamantes, maderas y especias. Desde el siglo I d. C. la capital se desplaza a la costa sudoriental, a Amaravati (Andhra Pradesh), que floreció no sólo como emporio económico sino también como centro budista de irradiación cultural y artística debido a la excelencia de sus talleres escultóricos.
Al igual que el estilo Shunga, el estilo Andhra traduce el triunfo popular del budismo primitivo, con un lenguaje desenfadado de fácil comprensión para el fiel inculto, en cualquier superficie decorable de los monumentos que congregan al público más numeroso y ferviente, la stupa, que con los artistas Andhra se transforma en un auténtico evangelio en piedra.
Pero ahora la técnica escultórica ya ha alcanzado su madurez y el horror vacui, producido por el cúmulo de detalles costumbristas que cumplen con su objetivo didáctico, se solventa con gran soltura: los múltiples elementos narrativos se ordenan en una composición concebida a base de grupos isocefálicos, las dimensiones de las figuras logran una mayor proporción, y la ley del marco no ahoga la plenitud del volumen ni del movimiento gracias al dominio del escorzo. La mejor pieza del estilo Andhra y una de las piezas consagradas del arte indio se encuentra en Sanchi (a 40 km de Bhopal, capital de Madhya Pradesh). Sanchi es un recinto budista formado por stupas, monasterios y templos, cuya incierta fundación se debió probablemente al emperador Ashoka en el siglo III a. C.; florece artísticamente con es estilo Andhra en el siglo I a. C.; y alcanza su esplendor como centro monástico bajo la dinastía Gupta durante los siglos IV y V d. C.
Posteriormente, bajo la nueva órbita de la India hindú, Sanchi permanece prácticamente abandonada aunque sea un famoso hito de peregrinación para los monjes budistas de todo Asia. Los arqueólogos británicos se esforzaron en la restauración de Sanchi desde que Cunningham y sir John Marshall lo visitaran en 1818. Hoy es uno de los recintos mimados por el Archaeological Survey of India, que no cesa de investigar in situ superando la voluminosa y meritoria publicación de Marshall.
La gran protagonista de Sanchi es la Stupa n.° I. Fundada por Ashoka, fue reconstruida por la dinastía Shunga, y remozada y decorada por los Andhra-Shatavahana, a los que debemos su espléndido aspecto actual.
Este monumento funerario de peregrinación alcanza con su bóveda maciza de ladrillo y arenisca una altura de 36 m y cubre un círculo de 32 m de diámetro. El deambulatorio traza a su alrededor una circunferencia de 40 m de diámetro a base de una empalizada de arenisca de 3,10 m de altura. Las cuatro toranas o accesos cardinales, totalmente cuajadas de decoración escultórica, se elevan más de 10 m. Su colosal masa arquitectónica presenta todos los elementos determinantes de una stupa: toranas, védika, medhi, anda, harmika, yashti y chatravali; si a todo ello sumamos el hecho de encontrarse in situ y bien conservada, a pesar de haber perdido su decoración pictórica, entenderemos que la Stupa n.° I de Sanchi se estudie como el modelo clásico, como la stupa-tipo del arte indio.
Pero lo más elocuente de la vitalidad estilística y de la madurez técnica del arte Andhra reside en la exhaustiva labra de los bloques de arenisca, que construyen la védika y las toranas como si se tratara de un trabajo de carpintería. Cada montante poligonal, cada travesaño de sección lenticular, cada pilar y cada arquitrabe, aparece decorado con escultura en bajorrelieve, altorrelieve y bulto redondo. Esta triple técnica expresa con una genial coherencia una triple temática: narraciones, símbolos e imágenes.
Los bajorrelieves, que cubren los pilares y los arquitrabes, permiten mejor que cualquier otra técnica la sucesión de pasajes narrativos que, compartimentados o con ley de cristalino, se destinan a las jatakas y a la vida histórica de Buda. Las jatakas (nacimientos) más expresivas son la Mahakapi jataka, en la que Buda es el rey de los monos que cuidan del mango milagroso; y la Chaddanta jataka, en la que Buda es un gran elefante de seis colmillos. En la vida histórica de Siddharta Gautama (Buda) no se escatima ningún detalle costumbrista, por lo que todos sus pasajes suponen la mejor documentación sobre la vida india en el siglo I a. C. Las escenas más famosas son las del sueño de Maya, nacimiento, cuatro encuentros, sermón a los Sakya, sermón a los animales, milagro de la serpiente, visita a Kapilavastu y procesión de Kusinagara con las reliquias de Buda.
Como en cualquier iconografía budista anterior al siglo II d. C., los artistas Andhra respetaron la norma hinayana y no representaron antropomórficamente a Buda. En Sanchi, Buda es el vacío, la huella de las plantas de los pies, la sombra del árbol de la iluminación, el trono sin soberano, la sombrilla sin maestro...
Los altorrelieves permiten al escultor un mayor juego decorativo, de efectos volumétricos, de contrastes de claro-oscuro que enriquezcan la expresión formal. Dichos altorrelieves ocupan el cruce vertical de montantes y pilares con el horizontal de travesaños y arquitrabes (ocupados a su vez por los bajorrelieves ya comentados), colaborando así a distanciar física y anímicamente unas narraciones de otras. En ellos encontramos símbolos como el león, el pavo real, la rueda de la ley, el loto, la stupa... plasmados con un lenguaje heráldico y principesco heredero del estilo Maurya y de un gran efecto decorativo.
Lo más espectacular es sin duda el bulto redondo, utilizado en elementos arquitectónicos de sujeción como basas y ménsulas. Con un alarde técnico que desafía el peso y la rigidez de la arenisca, las estatuas-basa soportan todo el ensamblaje superior de las toranas, mientras las estatuas-ménsula se columpian flexibles en los arquitrabes. Esta escultura exenta, palpable en su realidad tridimensional y, por lo tanto, mucho más cercana a la comprensión del fiel, da forma a creencias populares: elefantes y yakshis. El elefante es el animal más importante en India y simboliza la fuerza de la tradición; la yakshi, el ideal de belleza femenino que ahora se balancea en el árbol de la iluminación, explica al pueblo la necesidad de la fertilidad espiritual.
Así, cuando el fiel se acerca a la stupa se encuentra con sus tradiciones convertidas en soportes, los símbolos inventados por la nobleza transformados en bellas decoraciones, y la enseñanza de Buda narrada como un cuento costumbrista; es decir, el budismo triunfa gracias a la fuerza del fervor popular y se apoya en las tradiciones locales.
La riqueza y originalidad que Sanchi demuestra a la hora de expresar plásticamente un programa didáctico, hacen que cada una de sus toranas sea una obra maestra.